lunes, 16 de marzo de 2020

Noche en el museo

Un día más, descansaba sobre mi sillón decidiendo que leer esta vez. Paso por 
mi mente la idea del renacimiento, ya que hacía poco había visto en el periódico 
una publicación acerca de esto. Me levanté y me dirigí a la estantería de mi derecha. 
Cogí el libro, y empecé a ojearlo. Me llamo la atención uno especialmente: Vista de 
Toledo, de el Greco. Leí que la aparente ausencia de motivos religiosos, mitológicos 
y de la figura humana fueron los motivos por los que sea considerado el primer paisaje 
español. Entonces pensé, ¿porque no visitarlo? Estos últimos meses me habían 
sucedido cosas surrealistas. No pasaría nada por una más. En un abrir y cerrar de 
ojos, me encontraba en Nueva York. Justo en frente mío se encontraba el famoso 
Museo Metropolitano de Arte. Decidí entrar, pues suponía que mi aventura me 
esperaba dentro. Anduve durante los pasillos hasta que por fin encontré lo que 
buscaba. El cuadro de el Greco: Vista de Toledo.

Entonces ocurrió algo que jamás pensé posible, me transporte dentro del cuadro. 
Aparecí junto a un río. Rápidamente lo identifiqué, se trataba del Tajo. A lo lejos 
divisé un poblado, por su aspecto me recordó a Toledo. Comencé a caminar hacia él. 
Pequeñas plantas cubrían el suelo, de donde brotaban árboles de diferentes clases. 
Me llegó el olor a campo, que me transportó a mi infancia. Me paré un momento y 
disfrute del paisaje. Observé los cerros, que se levantaban ante mí. Donde acababa 
el color marrón de la tierra comenzaban los azules del cielo. Las nubes se agrupaban 
en forma de tormenta, aunque 
dejaban entrever los rayos del sol escondidos detrás de ellas. Tras un largo andar, 
finalmente llegué al antiguo puente de Alcántara. Crucé por él. Parecía de estilo 
románico, con grandes arcos en la parte inferior, que permitían el pase de las aguas 
del Tajo. Al otro lado descansaba el castillo de San Servando. Decidí dar una vuelta 
por el pueblo y explorar lo mejor. 

Al volver, pensé que podría llevarme algún objeto para recordar este día. Para no 
modificar el cuadro, decidí tomar prestado algo que no estuviera a la vista. En los 
pies del puente, se hallaba la tumba del creador de este: Cayo Julio Lacer. Se enterró 
dentro de un pequeño templo, junto a su creación. Colgado en las paredes, se 
encontraban algunos objetos personales. Recorrí todo con la mirada, y me paré en uno 
que me llamó especialmente la atención. Un colgante dorado con una medallita al final. 
Me recordaba a un collar que llevaba siempre mi abuela en el cuello. En ese momento 
supe que debía llevar me lo. 

Volví a mi punto de partida, el museo Metropolitano de New York y de ahí, regrese a 
mi casa. Me senté en mi sillón y acaricié el medallón. Me sentía muy afortunada por 
haber vivido aquella experiencia, sin duda había sido la más extraña hasta la fecha.


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