lunes, 16 de marzo de 2020

Viaje a Santiago de Compostela

Sentada en mi sillón preferido, con el libro en las manos y mis deseos insaciables
de recorrer los mismos pasos que el rey Alfonso II, me dispuse a tirar del mágico 
libro por segunda vez. Para mi sorpresa, no sucedió lo mismo que la última vez, 
lo que ocurrió fue que el libro se quedó en mis manos. Tenía una cubierta muy 
antigua, polvorienta y algo desgastada. Parecía que llevaba en mi biblioteca 
bastante más tiempo del que pensaba. Decidí ver qué contenía su interior, así 
que lo abrí. Una intensa luz me cegó y solté el libro rápidamente. Delante de mí 
se había creado un portal, un portal dorado, con los bordes anaranjados y 
chispeantes. Inmediatamente, supe lo que tenía que hacer.

Me transporté al año 899, lo que parecía ser noviembre. Sobre las 12:00 de la 
mañana un inmenso sol cubría la ciudad de Oviedo. El ambiente era muy húmedo 
y hacía bastante frío, aún con los rayos calentando la piel. Había mucha 
aglomeración alrededor de lo que parecía ser un mercado. Me quedé mirando 
una iglesia en medio de la plaza. 

Sin darme cuenta, un hombre con una cesta chocó conmigo y me sacó de mis 
pensamientos. Se disculpó y comenzamos a charlar durante un buen rato. Aquel 
hombre se llamaba Gastón y descubrí que trabajaba como artesano, así que tenía
un pequeño puesto donde vendía todo tipo de productos. Recorrimos un largo 
camino hasta llegar al puesto. Una vez allí me presentó a su familia. Tenía dos 
hijas y estaba casado con una hermosa mujer. Me invitaron a comer a su casa 
y me permitió quedarme a dormir también. Durante la cena me comentó que 
quería viajar por el camino de Santiago, como había hecho Alfonso II. Me preguntó 
si quería acompañarle. Entusiasmada por la idea, acepté.

A la mañana siguiente, nos despertamos casi al alba. Eran las 6:00 de la mañana. 
La esposa de Gastón nos preparó algunas provisiones para el viaje y nos dio algunas 
monedas. Nos dispusimos a emprender nuestra aventura. Llevábamos ropa de abrigo, 
pero debo decir que no es tan buena como la de ahora. Nos dirigimos hacia el bosque. 
El camino era de tierra, y estaba bastante resbaladizo a causa de humedad. Los 
zapatos no eran los adecuados para este terreno fangoso, pero no se podía permitir 
otros de mejor calidad.

Anduvimos durante un buen rato hasta llegar a un pequeño río, donde paramos para 
comer. Engullimos una barra de pan y unas bayas que la mujer de Gastón nos había 
preparado. Al acabar, continuamos nuestro viaje.

Caminamos dos días sin cesar. Pasamos por Salas, Pola de Allande y finalmente 
llegamos a Grandas de Salime. Allí repusimos fuerzas para poder continuar el viaje. 
Vimos actuar a un juglar en la plaza del pueblo. Era extraño, por que parecía que le 
acompañaba un pequeño monje y una mujer de cabello corto.

Descansamos durante dos días en un albergue. Nos aprovisionamos de comida y 
bebida y al amanecer empezamos a caminar.
Nos encontrábamos en O càvado, cuando una fuerte tormenta nos pilló por sorpresa. 
Gastón me tranquilizó, diciendo que pronto llegaríamos a San Romano Da Retorta, 
nuestro siguiente destino. Llegamos con la ropa empapada. Nos dieron algo de comer 
y ropas nuevas. Gastón pensó que sería mejor descansar allí y continuar otro día. 
Estábamos agotados después de tanta caminata. Pero merecía la pena. La sorpresa
 que nos aguardaba al final era lo que nos alentaba a seguir.

Pasamos allí tres días. Listos para continuar nos dirigimos a un bosque. Era muy 
frondoso, incluso más que el primero, pero me daba mala espina. Era el sitio perfecto 
para una emboscada.

Habían pasado 5 horas desde que salimos del pueblo y nos sentamos un momento a 
descansar. No me di cuenta de que un grupo de bandidos nos habían acorralado. 
Nos robaron las provisiones y el poco dinero que nos quedaba. Gastón y yo nos 
quedamos en medio del bosque sin nada para comer o beber, ni tampoco nada para 
conseguir reponerlo.
No nos rendimos, ya nos faltaba muy poco, 4 horas después llegamos a Arzúa. 
Hambrientos y congelados. Los bandidos también nos habían robado nuestra ropa 
de abrigo. Ya era de noche cuando aparecimos en un albergue. Nos dieron una
habitación y nos permitieron trabajar allí a cambio de algo de dinero. Después de 
dos días teníamos el dinero suficiente para lo que nos quedaba de viaje.

Al despertar, emprendimos nuestra última etapa, hasta Santiago de Compostela. 
Llegamos a nuestro destino a las 16:00. Entramos en un pequeño pueblito, donde 
satisfechos por nuestro esfuerzo, pudimos ver la Catedral de Santiago de 
Compostela.

Nuestro viaje había sido duro, pasamos hambre, frío y miedo. Pero al final 
conseguimos llegar. Delante de nosotros erigía un templo de 
piedra en estilo asturiano, con tres naves y una cabecera rectangular. El lugar 
donde descansaba el Apóstol Santiago. 

Me despedí de mi nuevo amigo y regresé a casa. Repasé en mi cabeza todas 
las aventuras vividas aquellos días. Y con esos recuerdos me quedé dormida.


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